viernes, 20 de enero de 2012

Tiempo de ideas crudas



El pensador, Rodin
En ocasiones, visto desde lejos, el oficio de pintor parece un cantinfleo descomunal, una descarada pérdida de tiempo, ocio vestido de oficio. Todo artista necesita tiempo para pensar. Estos largos momentos de inactividad son tan sólo el tiempo de ideas crudas, un momento en que apartados del quehacer algo hacemos. Pensamos en la obra o recopilamos ideas que nos puedan servir alguna vez, y eso es parte del trabajo, vivir es parte del trabajo para los artistas. La pérdida de tiempo es pensar cómo justificar esa extensa jornada translúcida de trabajo forzoso, sin sangre, sudor ni lágrimas. (aunque a veces hay lágrimas, éstas sólo reafirmarían que perdemos tiempo por eso, mejor omitirlas).
El tiempo de ideas crudas es ambiguo y  borroso. No sabemos cuánto dura, ni a dónde nos lleva. Es una inversión poco concreta, incontable. Puede consistir en hacer bocetos como en sentir, mirar con los ojos perdidos un muro o sólo estar. Puede tener orden y plazos, como puede durar indefinidamente. Para unos artistas es una cosa, y para otros otra completamente distinta, pero todos vivimos la misma experiencia.

Al respecto, he leído un articulo de Diario El Mercurio (Chile) que dejo aquí para ustedes: Se titula "El trabajo de una vida".

EL TRABAJO DE UNA VIDA
por Roberto Merino
Diario El Mercurio
Domingo 20 de Noviembre, 2011

Muchas veces hemos escuchado que para un escritor tienen relevancia aun los hechos mas insignificantes de la experiencia. Llega a ser desesperante constatar la realidad de esta afirmación  No se trata de un programa de acciones ni de un ejercicio impuesto, sino más bien, simplemente, de la disposición casi natural de vivir todos los días poniendo la mirada en acontecimientos sin valor histórico que vienen de ninguna parte y se dirigen al olvido.
No sabemos de qué modo se configurarán estas observaciones más tarde en la escritura, ni siquiera si llegará el momento en que emerjan de la memoria para reposicionarse en un universo literario.
Basta hacer un alto, darse un pequeño impulso y la mente comienza a activar sus registros: un diario quemado del cual se ven las letras rojas del titular, tirado sobre una vereda embarrada una tarde hace treinta años; un sueño previo al golpe del 73 referido por alguien a quien no vimos nunca más; el rostro de un detective que da un grito en cámara lenta en una serie televisiva vista sin volumen en un insomnio reciente. Como si fuera un nominalista feroz, podría llenar paginas y paginas con la continuación de esta lista. Y si estuviera loco, podría seguir hasta llenar dos o tres tomos de microscópicas fugacidades.
El hecho es que nunca se sabe muy bien en qué consiste el trabajo de un escritor, en el cual el acto mismo de escribir es tan sólo una parte. Pound dijo alguna vez que el capital del escritor es el tiempo. Esta claro que es así: ¿pero de dónde sacar tiempo, que es más escaso que la plata? Un tiempo indefinidamente estirado, tiempo para perseguir las propias huellas, para dormir, para espiar o para no hacer absolutamente nada.
Siempre desconfío de aquellas fotografías en que los escritores aparecen consagrados a su oficio, en actitud pensativa con la pluma en la mano, o ambas manos lanzadas sobre el teclado de la maquina de escribir o del computador. Se diría que están posando en beneficio de la imagen que tiene de ellos los demás.
Una amiga, que es además una gran pintora, me decía que la esencia de su trabajo eran el error y el aburrimiento. Reclamaba contra el ritmo de su vida actual, que no la dejaba aburrirse frente a una pintura en proceso o equivocarse todas las veces necesarias. Sólo cuando pasaba un periodo de tropiezos se daba cuenta de que su capacidad técnica se ponía la mismo nivel de su sensibilidad y de sus ideas.
Es famoso el episodio vivido en una corte británica por James Whistler al vender su cuadro "Nocturno en negro y dorado". El fiscal le preguntó cuánto tiempo le había tomado realizar la pintura. Whistler dijo que a lo más dos días. El fiscal retrucó: "¡Oh, dos días!" ¡Por el trabajo de dos días, entonces usted cobra treinta guineas!. La respuesta de Whistler es célebre: "No, he pedido esa cantidad por el trabajo de toda una vida"

2 comentarios:

Graciano dijo...

Hola, Claudia

Ya hemos hablado tú y yo de este tema algunas veces y creo que conoces muy bien cómo pienso al respecto.
Sabes que yo siempre digo que se puede pintar hasta con las manos atadas y con los ojos vendados. Que se puede pintar a plena luz o a oscuras, despierto o soñando.
En el límite, yo creo que estar vivo es la única condición necesaria para pintar.
Si eres pintor y estás vivo, estás pintando.
Si no fuese así, estarías muerto.
Y esas lágrimas de las que hablas siempre acaban pareciéndose más a las del ñiño recién nacido que a las del enfermo desesperado.

Saludos a todos

Claudia dijo...

Es cierto Graciano: cuando se es artista, la vida, y todo su tiempo, es tu trabajo. Inevitablemente se vive creando, tomando de cada experiencia alguna nueva riqueza que atesorar a travès de la obra.