miércoles, 14 de enero de 2009

El taller

(por Claudia Pérez Nelson)


Me proponía escribir un ensayo sobre el taller del artista; que tratara de las condiciones idóneas de un lugar para el momento de creación. E intentando visualizarme en un taller ideal pasaron muchos minutos: no lograba más que verme sólo a mi misma. Descubrí que mi taller ideal es todo lugar en el que estè.
El taller ideal es todo lugar que pueda contener el amor que siento y del que me desprendo momentáneamente al crear (para su posterior absorción en la obra).
En el taller debe ser posible toda la luz o sombra deseada; la visión más nítida e iluminada, como la ceguera profunda que nos permita ver más de lo que vemos con los ojos abiertos.
En el taller debe poder danzar el sonido o dormir el silencio, según requiera el oído del creador o el ritmo de sus manos (a veces festivas, a veces fúnebres).
En el taller debe poder sobrevivir el derecho divino de ensuciar o romper sin culpa, en beneficio del resultado final.
El taller ha de tener muchos clavos en la pared para colgar lienzos a medio pintar, en blanco, acabados y centenares de pensamientos inútiles (u otras torpezas).
El taller estará conformado de paredes simpatizantes, e idealmente militantes, de la soledad y la locura.
El taller, ante todo, no ha de considerarse un espacio. Tampoco ha de estar sujeto al tiempo. El artista, en su oficio, es ajeno a las condiciones terrenas habituales del ser humano.
El taller, con su vida propia, ha de incitar al artista al trabajo desenfrenado, sin principio ni fin.
Finalmente, para un artista el taller ha de ser un templo: con todo respeto, deberá considerarlo el hogar del amor.
(imágen: Lucian Freud en su taller)

viernes, 2 de enero de 2009

La Inspiración: desembocadura de emociones

(por Claudia Pérez Nelson)


La inspiración no es una condición lejana a la desventura. No está más lejos del dolor que de la alegría. La inspiración se origina en la emoción, y no hay emoción clasificable en buena o mala: simplemente hay emociones. Sensaciones extraordinarias, ajenas a la calma habitual. Así, existe una realidad digna de representar en un beso de amor como en un llanto fúnebre y doloroso. Para la inspiración está permitido sentir sin restricciones: lo que queremos sentir y lo que no queremos sentir. La inspiración no es una experiencia mística de placer intelectual. Aunque puede serlo, en términos genéricos, es una necesidad imperativa de reproducir una idea casi irreproducible engendrada en la emoción.

Crear en el dolor, por ejemplo, produce un trabajo exquisito, aunque supone una experiencia dura; que, sin embargo, mirada desde el resultado, puede llegar a considerarse (una vez superada) útil y hasta bella.
Muchos de los más grandes artistas tuvieron vidas lamentables, y tal vez de la miseria misma se desprende la calidad expresiva de su trabajo, y consecuencialmente, el buen provecho de su genialidad. La obra que nace de una sensación real para quien la crea, es una obra verdadera, y en consecuencia, una gran obra. Un buen artista tiene la sensibilidad e intuición para saber -sin saberlo- cómo transmitir todo tipo de emociones. No se trata de simbología e interpretación, sino únicamente de conmover. No sólo lo puede lograr un poeta, músico o pintor ( Puede haber arte en un cálculo matemático si se desea. Como no soy mujer de matemáticas lo digo como si fuera simple). Básicamente, para el buen arte, se requiere amor por el trabajo. Eso sí podría llamarse una experiencia mística o mágica. La emoción que inspira es el primer paso. Pero el camino se recorre enamorado de la labor: con generosidad y entrega, aun cuando la emoción inicial ya no sea más que una reminiscencia distante.

Tal como nos relacionamos con otra persona, nos podemos relacionar con la obra a la que damos vida: junto a la obra se puede llorar, reír, pensar, no pensar. La creación es completamente afín con la libertad. Hasta se puede estar ausente del mundo (en las artes no hay reproches respecto al porcentaje de asistencia laboral: la ausencia está permitida). El arte es como un recipiente que contiene toda clase de sabores. El artista, con su sensibilidad a cuestas, debe tener fuerza para crear con dulce, amargo, agridulce, picante, salado e incluso, con lo insípido.

(imágen: "El amigable Niki" óleo sobre tela Claudia Pérez Nelson 2008; imágen 2: fórmulas euler, leer comentario de Graciano)