lunes, 14 de enero de 2013

A contrapelo

"La infanta Claudia en azul" (detalle)
A los 26 años se tiene que ser serio, callado y clasificable; en honor a la adultez vivir preocupado sólo de los horarios y los deberes; no se debe creer en nada ni se debiera perder tiempo sin pensar (menos recostarse en el suelo por placer, ensuciar la ropa y regocijarse con el sonido del viento). A los 26 años se espera que uno se ría de la decadencia de la virtud y que pase con indiferencia junto al desfile de deslealtades que tontamente se aplauden; ya no se debieran tener sueños grandes y tontos, como los que se tienen en la infancia, ni decir siempre la verdad. La realidad, a estas alturas, ya debió enseñarme que los grandes sueños, e incluso los pequeños, no son más que eso: sueños. Pero me niego rotundamente a ir en mi contra.
En nombre de la adultez se comete un inmenso error: querer ser como todos y dejar de ser uno mismo. No siempre todos están en lo correcto (me arriesgo a afirmar que todos suelen estar en lo incorrecto). Yo no quiero ser todos, quiero ser yo. Nunca debemos olvidar que la infinita ganancia que implica ser uno mismo tiene el mínimo costo de vivir a contrapelo.