miércoles, 17 de diciembre de 2008

Apología del artista

(por Claudia Pérez Nelson)


Cuando con la decisión que tiene el trueno para ensordecer me propongo a declarar con orgullo “Soy artista”, en lugar de asombro o reconocimiento obtengo en retorno una odiosa pregunta: “¿Y en qué trabajas?”. Como si el trabajo y el arte fuesen incompatibles o contrarios.

Trabajo no es sólo aquél que implica esfuerzo físico (de ser así, más de la mitad de la humanidad es cesante u holgazana). El trabajo es toda actividad, visible o invisible, terrena o etérea, física o mental, a la que una persona dedica su tiempo y ánimo. Muchos consideran en el concepto como factor determinante la remuneración, pero bajo esa premisa, por ejemplo, carecerìa de valor la labor de los misioneros y nunca se hubiera abolido la esclavitud.

El comienzo de una carrera artìstica suele ser precario, de remuneraciones inexistentes, escasas o inconstantes; y su desarrollo y desenlace son inciertos. Sin embargo el trabajo del artista no es màs ni menos trabajo que cualquier otro.

El problema radica en que para quien no es artista supone una dificultad inmensa comprender que hay esfuerzo, o simplemente que es una ocupaciòn pensar, concentrarse, inspirarse. Casi necesita como evidencia una frente sudada y en las manos una pala terrosa. El pintor debe preparar su estudio; ordenar las imágenes de su inspiración que, por muy irracionales que puedan ser, no son sólo garabatos en un lienzo. Màs o menos metòdico, todo pintor se prepara de alguna forma para el trabajo. Y todo artista debe, ante todo, preparar su corazón para la creación (por poco concreto que eso parezca). El trabajo del artista, lo es desde el instante en que se tiene la idea de crear algo nuevo hasta el momento de satisfacción al observar esa idea hecha realidad ante los ojos, el oído o el tacto; hasta saber la obra acabada. Y eso para la consideraciòn ajena, porque para muchos artistas su obra, su trabajo, es su vida completa.

El esfuerzo no se refleja sólo en los pies que sostienen el peso de todo un día de pesca o de cosecha. Tampoco se refleja en la recompensa monetaria a cambio. Es simplemente la dedicación, la disciplina,  la reiteración diaria de una actividad lo que determina si estamos frente a un trabajador. En todo trabajo, lo fundamental e infaltable, es el motivo que nos mueve a hacerlo y la pasión que ponemos en concretarlo. Pidiendo prestada una frase a Gibran: “El trabajo es amor hecho visible”

viernes, 5 de diciembre de 2008

La Belleza

(por Claudia Pérez Nelson)

De no existir el dolor, la miseria, el desamor... sentimientos oscuros e "indeseables" nadie concluiría de su experiencia: “¡Qué bella es la vida!” Khalil Gibran lo dijo mucho mejor que yo: “Mientras más profundo el pesar ahonde en vuestro corazón, más espacio habrá para vuestra alegría”. En mi opinión, el sentimiento de felicidad más completo pertenece a aquel que ha conocido el extremo contrario a ésta. La felicidad constante puede ser un fin al que aspiramos, y de seguro experimentarlo sería sumamente aburrido. Si la felicidad fuera una suerte de “costumbre” (como experiencia habitual), no sabríamos que somos felices, y hasta buscaríamos la infelicidad (equivalente en tal caso a nuestra anhelada dicha). Así, todo en la vida, nos parece más cercano a la perfección si de vez en cuando roza la imperfección. Y creo que el arte no es ajeno a esta consideración.

Si bien el concepto de qué es perfecto o imperfecto, es -de un ser humano a otro- una cuestión completamente distinta (por ser éstas consideraciones subjetivas), creo que para cada persona es necesaria una pequeña y sabrosa mordida de imperfección (algo así como el chocolate amargo o el ají de la comida mexicana). Para mí, una buena obra de arte es aquella que tiene una notable cuota de imperfección. Un óleo sobre terciopelo con un caballo encabritado a la luz de la luna llena y reflejándose en un lago sereno, me pide a gritos una rama seca enredada en una de las patas, una luna menguante llena de cráteres, una roca desproporcionada entorpeciendo la calma o en su defecto, un perro vagabundo rascándose las pulgas en un rincón.

Hay cosas que por convención son bellas, y para el artista casi es una necesidad básica rodearlas de algo “feo” para embellecerlas aún más. O llevar esa belleza a una postura o situación inusual. Quizás muy cotidiana, pero poco ortodoxa en cuanto a “postura artística”, ideal de belleza, o por último, temáticas o formas clásicas de arte ( lo inusual acostumbra considerarse “feo” en primera instancia).

El pintor británico Lucian Freud, prodigioso retratista, busca modelos “no ideales”. Enjutos perritos callejeros, mujeres robustas, ancianos: hombres y mujeres corrientes. La belleza de su pintura está en elementos que tal vez no son visibles, pero por los cuales el espectador se siente cautivado. Lo cotidiano y simple, (conceptos excluídos de la idealización propia del modelo) tiene el poder de conmovernos puesto que es una realidad cercana, que muy probablemente más de alguna vez experimentamos; la obra de arte se vuelve parte de nuestra realidad, se puede llegar a sentir propia y por ende, emociona. Creo que un buen pintor logra eso. Sin tener en cuenta si un artista representa realidades fielmente, o sólo se basa en ellas y las interpreta a través del color creando una realidad distinta, la belleza está en su visión: es lo que hace que el modelo sea atractivo (aun cuando convencionalmente no lo sea). Los girasoles de Van Gogh no serían lo mismo si todas las flores se mantuvieran al centro en elipses perfectas de tallos tiernos; los retratos de Lucian Freud no tendrian aquella intensidad sin la simpleza y naturalidad de sus “imperfectos” modelos; “La persistencia de la memoria” no sería un Dalí sin los relojes derretidos… inusuales relojes y el derretimiento, la cuota de imperfección.. Como dice Wilde (a quien cito casi con la frecuencia que respiro): “No hay objeto, por feo que sea, que en determinadas condiciones de luz o de sombra, o en la proximidad de otros objetos, no parezca bello; y no hay objeto, por bello que sea, que en ciertas condiciones no parezca feo”. El artista tiene la misión de captar ese momento de belleza en la fealdad, o el momento de fealdad en la belleza; de encontrar la condición inusual de una cosa: el gesto o posición extraordinario a su establecida manera de obrar o de ser.

Por último, habiéndosele concedido al ser humano la capacidad de pensar, y -el regalo más preciado a mi juicio- la creatividad, es imperdonable quedarnos con la idea de belleza impuesta y no ser capaces de admirar libremente, sin vergüenza o culpa, y
completamente sordos a las burlas o reparos, la belleza de la fealdad, o la fealdad de la belleza.
Imágenes: (1) Pintura de Vincent Van Gogh
(2) Pintura de Lucian Freud